Una comunidad de cuidados.
Artículo de Felix Arrieta publicado en el Diario Vasco 21/02/21
La transferencia de la Seguridad Social puede ser una oportunidad para repensar nuestro sistema, con un Lanbide reformulado como Instituto vasco de prestaciones.
El debate público se encuentra desde hace algo más de un año centrado en la inmediatez del aquí y ahora. Esta inmediatez no nos deja, en ocasiones, ver el verdadero debate que deja como consecuencia esta pandemia: el cuidado de las personas más vulnerables.
El cuidado es una de esas palabras que estamos re-descubriendo en la última época. Desde la perspectiva de los sistemas de políticas públicas, ninguno de los que en este momento tenemos en vigor ha tenido como objeto principal el cuidado y sin embargo, todos tienen elementos que la complementan.
El sistema sanitario tiene como objeto principal la salud de las personas; el sistema educativo, el aprendizaje y el sistema de seguridad social, el hacer frente a las situaciones de indefensión en seguridad de las personas. Incluso el sistema de servicios sociales, cuyo objeto está en permanente debate, no ha subrayado demasiado el concepto “cuidado”, poniendo más el enfásis en cuestiones como las interacciones personales. Todos ellos trabajan en torno a las necesidades más básicas de las personas. Todos ellos, sus profesionales, han demostrado en esta crisis en la que estamos inmersos, su contribución para que nos hayamos sentido cuidados. Dando lo mejor de sí mismos. Pero ninguno de ellos tiene el cuidado he cogido en su definición, en su objeto, en su creación propio y principal.
Y la razón de todo ello es eso que las pensadoras feministas se han encargado de subrayar una y otra vez: en el contexto actual el cuidado se ejerce principalmente en la familia. Nuestro sistema de bienestar se ha caracterizado tradicionalmente por la centralidad que en el mismo ejerce la familia. Es la principal razón de que con un 40,13% de paro juvenil o con los precios de la vivienda situados en el infinito y más allá, no haya estallado una revuelta de dimensiones mayúsculas. Es la misma razón por la que sigue siendo posible mantener en domicilio a muchas personas mayores dependientes: porque siempre hay algún familiar (normalmente alguna mujer) dispuesta a cuidarlas en casa.
Es el momento, pues, de repensar nuestros sistemas de políticas públicas. Repensar su arquitectura, su diseño, su forma de proceder para que seamos conscientes de que el cuidado de todas y cada una de las personas que formamos esta sociedad, exige una reorientación en los mismos. Es posible que no seamos conscientes de todo lo que esté casi año de gestión de la pandemia ha cambiado en los modos de hacer de nuestro sistema educativo, sanitario o de servicios sociales, pero hay dos cuestiones que ha dejado bastantes claras: necesitamos la interacción del cara cara cara y la necesitamos también en nuestros sistemas de apoyo y cuidado. No es posible que la responsabilidad principal del cuidado sigue recayendo en las familias, porque eso supone condicionar la vida de muchas mujeres. Hay que equilibrar fuerzas, contando con las familias, pero haciéndolo sobre todo de la mano de los sistemas públicos y de un actor poco visible, pero fundamental: la comunidad.
En lo que respecta a los sistemas públicos, la post-pandemia puede ser un buen momento para repensar la organización de nuestro sistema de bienestar. Es imprescindible reorganizar el sistema de servicios sociales, tal y como hemos apuntado desde esta misma tribuna en alguna otra ocasión. Es también imprescindible la creación de un verdadero espacio sociosanitario, con sinergias e impulsos comunes. La organización comarcal de las OSI puede ser un buen comienzo, si integra también en ellas elementos de los servicios sociales. En tercer lugar, la transferencia de la Seguridad Social puede ser también una oportunidad para repensar nuestro sistema de prestaciones económicas y la dirección que estas deban mantener debajo de un Lanbide reformulado como Instituto Vasco de prestaciones.
Pero la de ordenación de los servicios públicos no debe ser la única estrategia. Es necesario el refuerzo y el impulso de una esfera poco trabajada hasta el momento: la comunidad. La comunidad, tal como defiende de manera brillante Martín Zúñiga -trabajador social- en su recién defendida tesis doctoral, comprende la relaciones de solidaridad que se articulan en un momento concreto con ánimo de cierta continuidad. La comunidad es aquello que comúnmente tenemos y lo que tanto en falta echamos durante estos meses de obligado recogimiento. La comunidad es, en fin, aquello que nos da soporte en nuestras necesidades básicas de sociabilidad y afecto pero también la que puede construir red en los grandes momentos de vulnerabilidad.La red que nos ayuda. Es imprescindible que empecemos a planificar estrategias continuadas de trabajo para y con la comunidad. Es cierto que existen ya iniciativas institucionales a este respecto como el proyecto LKaleaK llevado acabo en Donostia, el de trabajo en red y organización comunitaria puesto en marcha en la mancomunidad de Saiaz (ambas con apoyo foral) o el impulso de las redes de cuidado comunitario implementado en Rentería. Pero es necesaria una estrategia común que fije un horizonte alcanzable: la colaboración real entre las esferas.
No parece que de esta crisis vayamos a salir todos amigos y bailando Kumbayá, Como se decía en los primeros albores del confinamiento domiciliario. Sin embargo, habrá merecido la pena si re(pensamos) la forma en que cuidamos y queremos ser cuidados. En comunidad.